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Publicado: 02-03-2025
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Raquel Agelán

Mi querido amigo/amiga .

Érase una vez, en un pueblo lejano del Bierzo Alto , en nuestra querida Galicia, se encontraba un lugar peculiar con un nombre curioso: el Pueblo de Perros. Allí vivía nuestra protagonista, una preciosa niña de trenzas pelirrojas llamada Eva.  

 

Eva habitaba una gran casa cubierta completamente por una enredadera de hojas verdes . Desde el exterior, no se veía ni un solo ladrillo, solo hojas, como si la casa fuera un árbol gigante y cuadrado.  

 

Desde pequeña, Eva amaba la naturaleza. Se entretenía con las polillas, admiraba a las mariquitas, los pájaros la fascinaban y hasta los ratones de campo le hacían reír. Cada vez que estaba en contacto con los animales, sentía su corazón expandirse, como si dentro de su pecho brotara una estrella luminosa . En esos momentos, se sentía radiante y experimentaba un amor puro y profundo.  

 

Le encantaba pasear por el bosque, observar las setas brotando, el agua fluyendo por la montaña y surgiendo de la nada en el suelo . Al otro lado del río, los caballos pastaban, fuertes y poderosos. Todo en la naturaleza la inspiraba.  

 

El Encuentro con Azul  

Un día, cuando Eva tenía apenas siete años, su padre y algunos paisanos del pueblo encontraron un pequeño lobo en la montaña. Estaba solo, tembloroso y hambriento. No se sabía qué le había pasado a su manada, pero en el Pueblo de Perros , los paisanos tenían una costumbre ancestral: cuando encontraban un lobo perdido y sin familia, lo criaban con cariño y respeto, permitiéndole vivir entre ellos en libertad.  

 

Así fue como Azul llegó a la vida de Eva . Desde el primer momento, cuando ella lo tomó en brazos, el pequeño lobo dejó de temblar y la miró con sus ojos celestes, tan profundos como el cielo. Fue ella quien le puso su nombre. Azul creció en el pueblo junto a otros lobos que los habitantes habían criado desde cachorros . Estos lobos, aunque salvajes en su esencia, habían desarrollado un vínculo especial con los humanos. No atacaban a las ovejas ni al ganado, sino que, al contrario, las protegían.  

 

Azul se convirtió en un lobo fuerte y majestuoso. Durante el día, caminaba junto a Eva y su perrita Cloe por los bosques y praderas, disfrutando del sol y del viento . Pero al caer la noche, su espíritu salvaje despertaba.  

 

El Canto a la Luna

Eva siempre se maravillaba con una costumbre especial de Azul: cada noche, cuando la luna se alzaba en el cielo, él trepaba ágilmente hasta lo más alto de la Casa Hoja. Desde allí, con su silueta recortada contra la luna, lanzaba un aullido largo y profundo. No era un simple llamado, sino un mensaje para sus hermanos lobos que aún vivían en la montaña .  

 

—Buscad el alimento más allá de las montañas —parecía decirles—. No dañéis a las ovejas que son abundantes en nuestro hogar.  

 

Y así, los lobos de la montaña, guiados por el canto de Azul, aprendieron a buscar su sustento lejos del pueblo, respetando el equilibrio entre humanos y naturaleza.  

 

Eva, envuelta en su manta, solía asomarse a la ventana para ver a Azul cantar a la luna. A su lado, Cloe dormía plácidamente, sabiendo que su amiga pelirroja siempre estaba protegida.  

 

Esa noche, con la luz plateada cubriendo la Casa Hoja, Eva cerró los ojos y sonrió. Su mundo estaba en armonía: los lobos y los humanos vivían juntos en paz, las ovejas dormían seguras en los prados, y la luna, como siempre, brillaba sobre el Pueblo de Perros.  

 

Om mani padme hum  

Om mani padme hum  

Om mani padme hum  

 

Eva cada noche recitaba satisfecha su mantra preferido, y con los propios latidos de su corazón en calma se iba quedando dormida .

FIN

www.raquelagelan.com